Año 1801. Castelló inauguraba el siglo XIX como una pequeña ciudad todavía dependiente, básicamente, de una agricultura de subsistencia.  Su responsable político más importante en esta época fue Antonio Bermúdez de Castro y de Lopeiro de Pargas (La Habana, 1741- Castelló de la Plana, 1807). Un hombre de armas curtido, como se suele decir, en mil batallas que se convirtió en Gobernador Militar por gracia del rey Carlos IV entre 1791 y 1807.

Son muchas las contribuciones que se atribuyen a Bermúdez de Castro y los avances en la ciudad de Castelló que impulsó. Entre ellos, quizá el más conocido – y que recordamos a menudo en nuestras visitas guiadas- es la apuesta por modernizar el urbanismo de la ciudad. Asi, tenemos el derribo de las murallas de la antigua villa medieval y la construcción de la Plaza Nueva o Plaza del Rey, donde se celebraría entonces el tradicional Mercado del Lunes, como recuerda bien Salvador Bellés en uno de sus perfiles biográficos de su libro «Hombres y Mujeres de Castellón«.

Pero también el desarrollo del barrio del «Ravalet» (hoy zona plaza Tetuán, c/Zaragoza, Plaza de la Independencia) o la construcción del Palacio Episcopal (que inauguraría el Obispo Salinas).  Pero Bermúdez de Castro también dictó y aplicó normas… Algunas no muy populares que digamos.

Un 21 de diciembre de 1801, en el comienzo del invierno, como recuerda el cronista Juan Antonio Balbás en su obra «El Libro de la Provincia de Castellón»,  Bermúdez de Castro dictó un bando que agravó la ya de por sí fría entrada del invierno. En esta orden se incluían restricciones como la de que «las tabernas o casas en que se venda vino, al primer toque de ánimas estarán cerradas…», so pena de 3 pesos de multa o 3 meses de cárcel . También se anunciaba que «el vecino que en su casa consienta juegos de naipes, comilonas u otro motivo de concurrencia, en que se atraviese vino, aguardiente o licores...» tendría mismo castigo. Una restricciones que seguro hicieron un poco más duro el periodo invernal.

Pero no todo fue malo. Porque Bermúdez de Castro, en su proceder estricto, también se convirtió en reformador de la educación. Más aún, fue todo un pionero al promulgar la escolarización obligatoria a los niños y niñas de Castelló. Un avance educativo explicado en el bando del que hablamos. Quizá de manera poco didáctica, aunque muy efectiva, sin duda: «Que los padres y madres lleven a escuelas y costuras a sus hijos, pues el que se encuentre en las horas de estudio por las calles pagará irremisiblemente el padre o la madre cuatro reales de vellón y el que no los tuviese cuatro días de cárcel. La propia pena tendrán los padres que a cualquier hora se encuentren a sus hijos, recogiendo tierra de calles y caminos o maltratando paredes y otras obras públicas». Una invitación a no perder ni un día de clase, vamos.